Historia del Canopy Tower
La Metamorfosis de una Torre de Radar Abandonada
Raúl Arias de Para, 2000
!Que entre la luz!
Lo primero que hice, a finales de 1997, cuando la ANAM (entonces INRENARE) me dió el visto bueno final, fue abrir las ventanas. La torre no tenía ventanas, por lo tanto, antes de abrirlas había que hacerlas. De inmediato contraté a un soldador con un enorme soplete de acetileno y le dije: – abre un hueco grande aquí y otro más grande allá – Un buen día Nicky llegó a la Torre y quedó contagiado con la fiebre de abrir ventanas: – esta ventana ha quedado muy chica, hazla más grande -, dijo. Y así fue.
Allá por el año de 1963, cuando la Guerra Fría estaba en su apogeo, algún militar norteamericano tuvo la brillante idea de instalar un poderoso radar en Panamá para proteger el Canal de un “misil” proveniente de la distante Unión Soviética, o acaso de la vecina República de Cuba. Al poco tiempo llegaron al istmo arquitectos e ingenieros militares que recorrieron la antigua Zona del Canal de cabo a rabo. Cerca de los Jardines del Summit encontraron un cerro con el improbable nombre de Cerro Semáforo. Esta colina es la más alta del área (300 metros snm) y desde su cima se observa claramente la Ciudad de Panamá y el Corte Culebra. — This is it -, dijo el más astuto del grupo y los arquitectos comenzaron a diseñar y al poco tiempo los ingenieros a construir.
Lo que finalmente construyeron fue una enorme torre de acero galvanizado de 15 metros de alto coronada con un domo geotangente de 9 metros de diámetro. (El domo es una variente del famoso domo geodésico inventado por el genio de Buckmister “Bucky” Fuller).
Aquél desconocido estratega del Pentágono, que decidió construir un radar en las riberas del Canal de Panamá, seguramente nunca se imaginó que 35 años más tarde en lugar de vigilar “misiles” el sitio se ocuparía de observar aves y en vez de militares de los EEUU, la torre sería ocupada por panameños y turistas provenientes de todo el mundo.
Después de que la luz entró a la torre, construí escaleras, baños, pisos, habitaciones (con un original diseño de Ricardo Bermúdez) y finalmente, la cocina y el área social. La obra duró un año, más o menos, durante el cual no fueron pocas las ocasiones en que dudé de mi buen juicio, en particular cuando giraba cheques cada vez más grandes y cada vez más frecuentes. En esos momentos de vacilación subía sólo a la parte más alta de la torre y observaba el bosque silenciosamente. Poco a poco, entre el canto de las aves y el rumor del viento, escuchaba una voz que me decía una y otra vez: – echa p’alante Raúl, aquí no hay perdedero -.
Y así fue.