Darién y el Aguila Harpía
Yellow-throated Toucans

Darién y el Aguila Harpía

Raúl Arias de Para, 1991

Todo en Darién es grande. Grandes son sus piragüas, las que se miden no en metros de longitud sino en la cantidad de plátanos que pueden transportar al mercado, según los ribereños la más grande puede llevar hasta 50,000 unidades. Las hay con nombres prosaicos, “El Niño Elvis” y otras con nombres poéticos, “La Espuma del Tuira”. Grandes son también las bandadas de loras (Amazona farinosa inornata) que atraviesan el firmamento a cada rato y grandes son los errores que en Darién se han cometido. Pienso en aquella locura garrafal que cometió un gobernador cuando ordenó alterar el curso del Tuira porque su casa se veía amenazada por este gran y noble río. “Cámbiese el curso del Tuira”, dijo un mandatario hace medio siglo y al Darién llegaron dragas descomunales y realizaron aquella insensata tarea. El miópe gobernador salvó su casa pero condenó a El Real a ser un poblado sin puerto en una provincia que vive en las márgenes de los ríos.

Grandes son los árboles de Cuipo (Cavanillesia platanifolia) en donde anida la más poderosa ave de presa en el mundo entero, el Aguila Harpía (Harpia harpyja), nuestra Ave Nacional. Fue en busca de ella que visité Darién hace sólo unos días y grande fue la emoción al verla posada, majestuosa y silente, en una enorne rama a pocos metros de su nido.

Resulta que los guardaparques de Inrenare habían identificado el nido y Ecotours, compañía especializada en ecoturismo, organizó un viaje al Darién para observarlo. Rápidamente me enrolé en la expedición y llegó el día en que volé a El Real de Nuestra Señora la Antigua del Darién, nombre completo de ese antiquísimo poblado, no sin antes encomendarme a la Virgen, tal como reza un refrán de vieja data: “Cuando viajes al Darién encomiéndate a María pues en sus manos está la entrada y en las de Dios la salida”. El refrán surtió su efecto pues regresamos sanos y salvos a Panamá habiendo observado el águila hasta la saciedad. Estuvimos dos días en los alrededores de su nido viéndola acicalarse y cambiarse de percha calmadamente, sin ocultar el desdén que parecía sentir hacia esos extraños seres que la observaban boquiabiertos entre cámaras fotográficas, binoculares, trípodes y telescopios decenas de metros abajo del dosel.

Darién y el Aguila Arpía tienen mucho en común. Lo superlativo tiende a dominar la descripción de ambas. La provincia más grande de Panamá, la más pobre, la más remota, la más agreste, la más boscosa. Por su parte, el Aguila Harpía es el ave de rapiña más poderosa del avifauna mundial, las uñas de sus garras son más largas que las de un oso pardo y parecen más bien garfios de acero. El águila que observamos, una hembra joven menor de dos años, ya se estima que pesa alrededor de 15 libras, 20% más que un Aguila Americana (Bald Eagle) adulta. Sin embargo, a pesar de su fuerza, de su mobilidad y de su poderío puede desaparecer para siempre debido a que la especie Homo sapiens ha ido destruyendo paulatinamente los bosques darienitas.

Parte de esa destrucción está causada por los madereros y otra por la agricultura de subsistencia. Estos son problemas complejos que tienen ramificaciones sociales importantes pero podemos comenzar a disminuir la deforestación eliminando los impuestos sobre la importación de madera, tal como han propuesto diversas organizaciones conservacionistas, inclusive ANCON recientemente. En cuanto al pequeño agricultor que tumba el monte para sembrar algo que comer, se le puede brindar otro oficio menos destructor. El podría, por ejemplo, derivar su sustento mostrándole a los turistas el Aguila Harpía, tal como hizo el campesino Baldomero con nosotros. Es decir, el ecoturismo puede generar el sustento de muchas familias darienitas. Para lograr este objetivo el IPAT debe anunciar agresivamente en el exterior las bondades de nuestro país, que son muchas, y poco a poco podremos reversar la tendencia destructora del bosque asegurándonos así que Harpia harpyja tendrá siempre un espigado cuipo en donde construir su nido.

Por último, es importante destacar que desde la era-precolombina el Aguila Harpía ha sido símbolo de majestad y autoridad. Inmortalizada muchas veces en las mejores piezas de plata y oro de los orferbres indígenas y coloniales, fue distinguida como el Ave Nacional de Panamá mediante la ley No. 46 de Noviembre de 1980 y, ciertamente, se merece la atención y la protección de todos los panameños.